LA NOCHE ES MAS OSCURA JUSTO ANTES DEL AMANECER


Es en ese momento, antes del alba, antes del primer rayo de sol, cuando el negro de la noche más oscura puede amartillar el alma del más fuerte para que no vuelva a levantarse jamás. Pero también es cierto que los grandes pueden hacer el acopio más desesperado de sus últimas fuerzas para golpear con ímpetu cuando intuyen el primer rayo de luz, alzarse alto como el sol y transformar la oscuridad en el día más azul. En azul cián y oro. Manzanares ayer hizo la luz cuando la noche caía sobre la Maestranza. Sobre su Sevilla entera, desde la Puerta del Príncipe hasta Los Lebreros.

No hubo sorpresa con el vestido de torear, tenía que ser azul. Y la música tenía que ser Cielo Andaluz, que es el cielo más azul de todos. Pero las nubes fueron un toro tras otro que pasaban y pasaban como actos en una obra de teatro, y la presentación y el nudo daban el inminente paso a un fatal desenlace. Tener fe requería en sí un acto de fe, pues si los cinco primeros toros no embistieron de verdad, es cierto que Manzanares pudo estar mejor con ellos. Igual que nos entregamos al toreo en el sexto, hay que decir que en otro tiempo, al primero, de Cuvillo, Josemari le hubiera dado fiesta. Y con el cabrón de Victorino, ay de ese Manuel Jesús del año 2007 para aguantarle y dejarle claro quién mandaba. Importantes dentro de la complicación algunas arrancadas del de Domingo Hernández.

Y en esa hora donde el manto de la oscuridad había vencido al espíritu del héroe, Manzanares  cayó del estadio que está por encima de los mortales y se transformó en José María Dolls Samper, una persona con DNI que come y mea. Suda y sangra. Y se viene abajo. Y ahí mismo apareció Sevilla para recordarle que ayer estaba  pisando ese albero porque durante seis años la había estremecido, se había metido en el corazón de su plaza hasta los huesos y, juntos, incluso habían devuelto la vida a un toro. José María, Sevilla te estaba haciendo torero de nuevo en una ensordecedora ovación demostrándote el amor más sincero. Te quitaba el DNI y te rebautizaba de nuevo como Manzanares. A secas. Sevilla te estaba devolviendo tu identidad para que siguieras siendo tú mismo. Y sólo podías correspondernos yendo a la puerta de chiqueros con la decisión que lo hiciste.

Fue cuando el primer rayo de sol empezó a deshacer la negra noche. El toro de Juan Pedro Domecq era el toro ideal de Sevilla, un tacazo de verdad que derrochó bravura y clase desde que tomó los vuelos del capote. La lidia fue las que demuestran que entre la plata también hay figuras del toreo y Manzanares pudo brindar el único toro de la tarde a Sevilla, la que le había devuelto su identidad. A veces creemos que un toro así es una utopía, hasta que sale uno. Bravura, casta, clase, fijeza, sobre todo, fijeza. Desplegó Manzanares el toreo largo y por abajo que llega al alma. Se enroscaba al de Juan Pedro hasta que el hocico se juntaba con el rabo y tan sólo puedo recordar los cambios de mano, a cada cual mejor, y un pase de pecho donde la muleta barrió a media altura hasta el último pelo de ese bendito animal. Al cerrarlo para matarlo, un inicio de otro pase de pecho se transformó en una trincherilla con la que aún debe de haber alguien jaleando por los arcos de la grada. Lo merecido de verdad lo dijo un buen amigo, y es que la estocada hubiese sido en los medios en vez de en el tercio.

Ese es el toro que buscó Juan Pedro. Y esa es la faena que siempre debió de soñar Manzanares. Tú, Josemari, le diste todo a Sevilla y Sevilla te lo devolvió cuando la noche te oprimió el espíritu. Estamos en paz. Pero sabes que te quedan muchas tardes para dar todo otra vez. Y ten por seguro que Sevilla te entregará de nuevo su corazón cuantas veces sea necesario.



Foto: Arjona 


Foto: González Arjona 





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